ve al colectivo a lo lejos, a pura marcha.
Baja de la escalinata a pura prisa
sin agarrarse de la oxidada baranda.
Y la gente apurada que le pisa los talones.
Casi se resbala cuando aterriza,
pero un mínimo gesto de cortesía la salva.
La aguja de su izquierdo taco fucsia vuela por allá.
Casi se muere de vergüenza. Pero sale ilesa.
Y ella, sin dar las gracias y a los empujones
entre toda esa multitud callejera,
llega al no tan afortunado colectivo.
Mierda.
Cierra sus putas puertas.
Y ante el clamor de la joven oficinista,
el chófer la ignora con extraño placer.
Continúa con su recorrido habitual.
Y todos casi contentos en el frío microcentro.
03/10/2017
C'est la Vie!
El ChejoViano
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