no bastan para endulzar
a la solitaria joven.
El caso: Jennifer.
Balbucea o apenas lo hace
para sólo decir que está amargo.
Otrora, el café como acompañante.
Ahora, la ha abandonado a la suerte.
Otra vez.
Se levanta de la mesa circular
de la cocina.
Lleva la taza color crema al lavabo
y tira el contenido.
Los alrededores del lavabo
se ensucian nuevamente.
Otro desperdicio de cena.
Ella suprimió el desayuno
y el almuerzo.
“Siempre lo mismo” se jacta para sí.
Más de lo mismo, diría un crítico pesimista.
Pero es la verdad y duele decirlo.
Veintidós años, una temprana edad
para vestirse de luto.
Cabello azabache,
tez pálida y ojos color almendra.
El destino la moldeó así.
El invierno, su capa.
Demasiada hermosa para autodestruirse.
¿Hay un motivo para semejante desdicha?
¿Por qué debe existir?
¿Quién tuvo la nefasta osadía
de crearla para tumbar a esta joven?
Desde aquella interrupción sentimental,
Jennifer pasó a llamarse cosa,
objeto innecesario.
Maldita infidelidad.
La taza, adentro del lavabo.
Marcan las 21:15.
Sobrio pijama.
El mismo atuendo que usó en todo el día.
Apaga el tubo fluorescente de la pieza.
Luego, de modo vago, se agacha y cae
sobre la alfombra parda del comedor.
Mira la luz de la lámpara.
Parpadea tres veces y agacha su mirada.
De pronto, algo raro.
Algo mueve su corazón.
Abre sus ojos y levanta su cara.
Necesita respirar.
Se incorpora del piso y se dirige a su habitación.
Llega y se detiene en el marco de la puerta.
Aún perduran los recuerdos.
Los amorcillos lagrimean.
Recuerdos borrosos.
Toma coraje y entra al cuarto.
Se despoja de su eterno pijama.
Se viste apropiadamente.
Se dirige al baño y se maquilla.
Bienvenida Jennifer.
Deja sólo la luz prendida del comedor
y del porche.
“Ojala que alguien me visite”, murmura.
Abandona su lúgubre cueva y se dirige a la plaza.
Los faroles alumbran los espacios vacíos.
La joven se dirige en el centro de la plaza y espera.
Luego, un recuerdo de él.
Persisten los cortos besos y las caricias
sobre sus mejillas.
Susurros…
Cruza sus brazos para abrigarse.
Tristeza.
Suspira.
Ojos vidriosos.
Cabizbaja.
Un nudo en la garganta.
Se muerde los labios.
No los puede reprimir.
Primeras lágrimas.
De pronto, siente pasos que avanzan hacia ella.
Qué importa el ahora.
¿Y su destino?
Esos pasos se detienen.
Aquella figura la abraza.
No huye.
Se tranquiliza.
Se disipa su angustia.
La joven descansa y encuentra la paz.
Vuelve a sonreír.
Sonríe.
01/08/2011
C'est la Vie!
El ChejoViano
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