Esa fatídica realidad de la que nunca
quiso verla o intimarla.
Domingo a la mañana asalta
a un mediocre sujeto.
Un domingo gris. Triste.
La enfermedad de su perro se agrava.
Echado a la suerte, no se mueve de su alfombra.
Sus ojos lagrimean; su hocico, seco;
su cola, sin signo de vida
No desea salir al jardín.
Otrora, ese canino tenía LA facultad.
Salía disparado al jardín y jugaba con su dueño.
No importaba si había sol o lluvia.
El jardín, feliz.
En momentos así, uno no piensa
en que un día ese cuadro se va a desdibujar.
Maldita enfermedad.
Rechazo a la comida y a su facultad.
Días, tardes y noches se volvieron igual:
acostado y mirando detrás de la ventana
como si estuviese hipnotizado por el tedio.
Luego, el malestar.
Decaimiento y convulsiones.
Su amigo intenta reanimarlo.
De nada sirve el RCP.
Los llantos del perro achacan su corazón.
Muerde sus labios e intenta reprimir el llanto.
Es inútil.
Los gemidos duelen.
El dueño sale al jardín y se agarra la cabeza.
Sus dos manos tratan de controlarla.
Es una triste tragedia.
Hay que tomar una decisión… correcta.
Hay que terminar con su sufrimiento.
Llama al veterinario.
No hay cura.
Viene cerca del mediodía.
Garúa.
El examen conduce a su fatal destino.
Por sus venas corre el veneno.
Lo toma de su pata en son de consuelo.
Lentamente, su pesar se adormece.
Cabizbajo.
Pasa a la eternidad.
Lágrimas silenciosas.
Va a pasar un largo tiempo
para hallar una nueva felicidad.
El jardín, descuidado.
07/06/2011
C'est la Vie!
El ChejoViano
El ChejoViano
No hay comentarios.:
Publicar un comentario